jueves, 7 de mayo de 2009


Resultaba muy difícil formular una pregunta coherente mientras me acariciaba. Comenzar me llevó un minuto de concentración.
—Parece que te resulta mucho más fácil estar cerca de mí.
— ¿Eso te parece? —murmuró Edward mientras deslizaba la nariz hacia la curva de mi mandíbula. Sentí su mano, más ligera que el ala de una polilla, apartar mi pelo húmedo para que sus labios pudieran tocar la hondonada de debajo de mi oreja.
—Sí. Mucho, mucho más fácil —contesté mientras intentaba espirar.
—Humm.
—Por eso me preguntaba... —comencé de nuevo, pero sus dedos seguían la línea de mi clavícula y me hicieron perder el hilo de lo que estaba diciendo.
— ¿Sí? —musitó.
— ¿Por qué será? —inquirí con voz temblorosa, lo cual me avergonzó—. ¿Qué crees?
Noté el temblor de su respiración sobre mi cuello cuando se rió.
—El triunfo de la mente sobre la materia.
Retrocedí. Se quedó inmóvil cuando me moví, por lo que ya no pude oírle respirar.
Durante un instante nos miramos el uno al otro con prevención; luego, la tensión de su mandíbula se relajó gradualmente y su expresión se llenó de confusión.
— ¿Hice algo mal?
—No, lo opuesto. Me estás volviendo loca —le expliqué.
Lo pensó brevemente y pareció complacido cuando preguntó:
— ¿De veras?
Una sonrisa triunfal iluminó lentamente su rostro.
— ¿Querrías una salva de aplausos? —le pregunté con sarcasmo.
Sonrió de oreja a oreja.
—Sólo estoy gratamente sorprendido —me aclaró—. En los últimos cien años, o casi —comentó con tono bromista— nunca me imaginé algo parecido. No creía encontrar a nadie con quien quisiera estar de forma distinta a la que estoy con mis hermanos y hermanas. Y entonces descubro que estar contigo se me da bien, aunque todo sea nuevo para mí.
—Tú eres bueno en todo —observé.
Se encogió de hombros, dejándolo correr, y los dos nos reímos en voz baja.

No hay comentarios: