jueves, 11 de junio de 2009

Algunos de los opacos vestigios de mi memoria humana eran difusos y poco claros, pues los habiía visto y escuchado con ojos y oídos débiles: La primera vez que vi su rostro, cómo me sentí la vez que me tomó en el prado, el sonido de su voz en la oscuridad de la inconsciencia cuando me salvo de James, su semblante debajo de un dosel de flores, aguardando para casarse conmigo, todos los preciosos momentos vividos en la isla Esme, sus manos frías acariciando a nuestra hija a través de mi piel...
Además, tenía recuerdos muchos más agudos y perfectamente definidos: su rostro nada más abrir los ojos a la nueva vida, al amanecer interminable de la inmortalidad, aquel primer beso, esa primera noche...
De pronto, sus labios estuvieron sobre los míos y disminuí la concentración, a consecuencia de lo cuál perdí la sujeción que me permitía mantener el escudo alejado de mí; este volvió de inmediato a su posición original como si se tratara de una goma elástica, protegiendo de nuevo mis pensamientos.
-¡Upa! ¡Los solté! -suspiré.
- Te he oído -dijo, jadeante-. ¿Cómo...? ¿Cómo lo has logrado?
-Fue una idea de Zafrina. Practicamos en varias ocasiones.
Estaba ofuscado. Parpadeó dos veces y sacudió la cabeza.
-Ahora ya lo sabes -comenté, réstandole importancia y con un encojimiento de hombros-, nadie ha amado tanto como yo te quiero a ti.
-Casi tienes razón -esbozó una sonrisa. Seguía teniendo los ojos más abiertos de lo habitual-. Conozco solo una excepción.
-Embustero.
Comenzó a besarme otra vez, pero de pronto se detuvo.
-¿Puedes volver a hacerlo? -inquirió.
Le hice un mohín.
-Es muy difícil.
Aguardócon una expresión ávida.
-La más mínima distracción me impide aguantar.
-Me portaré bien -prometió.
Fruncí los labios y entorné los ojos, pero luego le sonreí.
Apreté las manos sobre su cara una vez más y retiré el escudo de mi mente para dejarme ir de nuevo hasta los nítidos recuerdos de la primera noche de esta vida nueva, demorándome en los detalles.
Reía sin aliento cuando la urgencia de su beso interrumpió otra vez mis esfuerzos.
-Maldita sea -refunfuñó mientras me besaba con ansia por debajo de la barbilla.
-Tenemos todo el tiempo del mundo para perfeccionarlo -le recordé.
-Por siempre y para siempre jamás -murmuró.
-Eso me suena a gloria.
Y entonces continuamos apurando con alegría esa pequeña pero perfecta fracción de nuestra eternidad. Amanecer-Stephenie Meyer

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