martes, 24 de agosto de 2010










La vida no se siente. Uno es como una lombriz solitaria en un intestino de cemento. Pa­san los días y no se sabe cuándo es de día, cuándo es de noche. Misterio. Pero un día nos traen a este décimo piso. Y el cielo, las nubes, las chimeneas de los transatlánticos se nos entran en los ojos. Pero entonces, ¿existía el cielo? Pero entonces, ¿existían los buques? ¿Y las nubes existían? ¿Y uno, por qué no viajó? Por miedo. Por cobardía. Mírenme. Viejo. Achacoso. ¿Para qué sirven mis cuarenta años de contabilidad y de chusmerío?

No hay comentarios: